RELATO 6- ALESSA
Todos los días, ya como acto religioso, me levantó en bien siento despuntar el alba. Nunca he sabido cómo o porqué, pero mi cuerpo simplemente trabaja de manera mecánica, y ni un minuto más o menos, a las 4:00 am, salgo de mi cama, con aquella camisa negra, descolorida por los años de lavadas (dos tallas más grande) y mis bragas de estar por casa. Esas que toda mujer usa en secreto, las rotas o cuyo elástico ya dejó de ser útil, pero siempre están allí, esperando a ser usadas nuevamente, a disfrutar de ese pequeño placer culposo que proporcionan, esa comodidad que nada más puede darte.
A trompicones, voy a la cocina, y como cada mañana, pongo el café y me pongo a tope de agua. Mis piernas, aún aletargadas, me llevan al baño. Enciendo la luz, y en el gran espejo del baño marmoleado y decorado con plantas de sombra, miro mi figura. Nada ha cambiado, parece que mi cuerpo se negara a dejar la pubertad pese a estar más cerca a los treinta que a los veinte.
Contextura delgada, caderas anchas, piernas largas y un busto pequeño. Me quito la camisola y las braguitas, retirando la mirada del espejo (antes de seguir con la inescrutable mirada de la inseguridad que me acompaña desde... yo que sé, siempre), entro a la ducha y dejo que el agua caliente corra.
Al salir de la ducha, cumplo con mi rito matutino: pongo una toalla en mi cabeza y salgo desnuda por toda la casa. El aire frio de la mañana refresca mi cuerpo, mientras último los detalles de mi día.
Me sirvo una taza caliente de café, y pongo mi trasero desnudo en la silla metálica de la barra del desayuno. Se cierne de nuevo el pensamiento que asedió en mi cabeza durante la noche: a vísperas de mi cumpleaños, mi vida sentimental es una cloaca. Mi pareja me terminó hace un par de días después de descubrir que yo era "la otra".
Mientras tomo mi café, me auto flagelo con pensamientos insanos acercado como me entregue a él por dos años. Con él aprendí a follar, si es que se le puede llamar así. No puedo negar que, al principio, era toda una experiencia, no tenía como o con qué compararlo, era el único hombre con el que había estado; pero, las cosas se habían vuelto rutinarias, me sentía como una puta a la hora del sexo. Solo me recostaba en la cama durante miserables cinco minutos en los que escuchaba sus gemidos, mientras yo, pensando en los pendientes del día siguiente, esperaba a que terminase y me hiciera la misma pregunta: "¿cómo he estado, amor?".
Aunque, debo admitir, me sentía algo triste por el sentimiento de soledad y traición, en el fondo estoy feliz de que las cosas hubiesen terminado. Poniendo en retrospectiva, supe que era tener una verga dentro de mí, pero nunca he descubierto el placer. El sexo, simplemente, era una "tarea" más del día a día.
Involuntariamente levanto mis hombros y meneo mi cabeza, para, de algún modo, impedir que mis pensamientos sigan su curso. Camino hacia el cuarto, abro el closet y preparo la ropa para el día, que la verdad, no tengo claro cuál es. Decido, que, para conmemorar mi soltería, usaría algo para complacerme a mí misma después de dos años de estancamiento.
Rebusco aquel juego de lencería que nunca usé. Es un hermoso liguero con cinturilla de encaje negro, con medias veladas hasta el muslo, y una tanga negra de encaje, con un bralette negro de trasparencia.
Hurgué en el closet, y encuentro un vestido negro ceñido a la cintura, con falda tipo lápiz a medio muslo.
Al mirarme al espejo, no reconocí mi reflejo.
Me coloco unas zapatillas de tacón grueso blanco, y decido pasar por alto mi cabello, a la larga, terminará recogido en una coleta en algún momento del día.
Miro el reloj, y me percato de que son casi las 6:30 am. Me cercioro de tener todo lo necesario para hoy en el bolso antes de salir, tomo el celular, cierro la puerta y cojo un taxi que me lleve hasta mi trabajo.
A pocas semanas de terminar con mi pareja, me encontraba sin empleo. No es fácil sobrevivir como diseñadora de interiores sin un renombre. Un conocido de la facultad me consiguió una entrevista de trabajo en un club -que nunca había escuchado-, pues el dueño construyó una nueva ala y necesitaban a alguien para decorar las instalaciones (no tengo muy claro que le habrá dicho, pero al menos tengo empleo).
Con los días, me enteré de que, "Tebas", es un club muy exclusivo y excesivamente costoso, donde los miembros pagan por usar las instalaciones y... sexo. Según lo que he descubierto en estos pocos días, el valor agregado, es una sala común donde follas con un montón de extraños (que también follan), mirándote.
Entro al club, y me dirijo a la oficina que me asignaron, dedico la mañana a realizar el bosquejo de las habitaciones y lo que tendrán, así como de organizar muestrarios de telas y texturas. Hoy es un día importante, voy a presentar la propuesta al dueño del lugar... estoy nerviosa, nunca lo he visto.
Intento concentrarme, mientras la mañana pasa a pasos agigantados, aumentando mi nerviosismo y el gran vacío que siento en mi estómago. Llaman a mi puerta, es una de las empleadas, vestida con un enterizo blanco de seda hecho a medida, y el broche con su nombre de pila grabado en el.
- Señorita, la esperan en el salón de eventos.
- Gracias... Sharon
La chica se queda en el umbral, mientras espera a que yo decida salir. Ella me guía silenciosamente por el club hasta los ascensores, hacia el piso 9, el último piso. Me conduce por un corredor hecho de vidrio hasta unas grandes puertas de vidrio tintadas de negro, abre la puerta y la cierra después de que entro.
Es un gran espacio blanco, con detalles egipcios en las columnas y un gran ventanal que da a los jardines del lugar.
De una puertecilla, contigua, entra un hombre. Alto, cabello negro, ojos negros, tez blanca, hombros anchos. Viste un pantalón negro y una camisa a medio cerrar, que deja entrever su pecho.
- Debes ser Alessa Dobois.
- Si, señor.
- Un placer. Soy Alejadro Pitti, el encargado de las remodelaciones.
- Igualmente.
Por los siguientes 40 minutos, discutimos los detalles de los bocetos que le presenté, y para mi sorpresa estaba a gusto con lo que había diseñado. Pero, a pesar de esto, deseo salir cuanto antes de aquí, pues el me mira constantemente, detallándome, mientras yo me remuevo en mi asiento, intimidada y reprochándome internamente por entregarme a mis caprichos y haber elegido esta ropa precisamente hoy.
Creo que percibe mi incomodidad, nuestra conversación se agiliza y ultimamos detalles para la lista de proveedores para comenzar la remodelación.
Recojo mis cosas de la mesa, y con el rabillo del ojo lo veo avanzar hacia mí, mete su mano en uno de los bolsillos de su chaqueta y saca una tarjeta.
- Llámame a eso de las 5 p.m.
Se da la vuelta y sale de la habitación.
Durante el resto del día, me paso contactando los proveedores elegidos, pero mi mente se encuentra lejos, rebobinando ese breve momento. Debatiendo si debería llamarlo, o no. Si era buena idea, o no.
Decido darme un respiro, salgo de la oficina y me voy hacia el balcón del piso donde me encuentro, tomo una de las sillas y trato de despejar mi mente... infructuosamente. No logro sacar de mi mente la imagen de él, es un tipo bastante guapo. Nuevamente, ataca mi subconsciente, listo para sabotearme. ¿Para qué querría él hablar conmigo? ¿Acaso no estaba discutido todo? ¿Quiere una cita? No, definitivamente esto último no es.
Termino mi jornada antes de lo previsto, miro mi celular para comprobar la hora, 4:55 p.m. Camino por toda la habitación, intentando recoger el valor suficiente para marcar el número, mientras espero, luego de unos cuantos timbres, su voz.
- Alessa...
- Señor Pitti.
- Llámame Alexander. Te espero en lobby en unos minutos.
Y sin más, corta la llamada.
Respiro e intento recordar las infructuosas clases de yoga, los ejercicios de respiración. Cojo mis cosas, y voy al ascensor hasta el piso 1. Salgo, y el repiqueteo de mis zapatos anuncia mi presencia.
A unos cuantos metros de mi, estaba él, rodeado de mujeres y algunos hombres, hablando.
Me sudan las manos.
- Señor Pitti.
Todos se voltean a verme.
- Señores, les pido me excusen, tengo asuntos que atender.
Se acerca a mi y me conduce hacia el bar. Nos sentamos en una de las salas privadas. Un espacio blanco, con mullidos asientos de piel pegados a la pared, una mesa dorada y cortinas.
Tras unos minutos, llega uno de los camareros del lugar.
- Tráeme dos copas de Le Rosé.
- Si señor. Disculpen.
Tras varios minutos de silencio incómodo, del escrutinio de sus ojos y su cara inescrutable, entra el mesero y rápidamente deja dos copas de vino rosa en la mesa y una cubeta con el resto de la botella.
- Voy a ser directo, Alessa. Desde que te vi entrar en la sala, solo he pensado en una cosa: ver que hay bajo ese vestido... si quieres enseñarme, claro está.
Mi cara de sorpresa debió delatarme, pues su expresión se endureció.
- Si no quieres, no te preocupes. Tomamos esta copa, olvidaremos este encuentro y tu continuaras trabajando sin ningún inconveniente en la remodelación. - Hace una pausa, esperando una respuesta de mi parte, pero estoy atónita.
- Di algo.
- Lo siento, no veía venir esto- Tomo mi copa y bebo un largo sorbo-
- ¿Y?
¿Es esto una buena idea?, probablemente no. ¿Y si acepto y hago el ridículo? No sé absolutamente nada de sexo, soy una abuela para esto... ¿Me rasuré? Para, Alessa, concéntrate.
- No te voy a negar que me gustaría, eres un hombre muy atractivo.
- Pero...
- Pero, para serte sincera, no soy buena en esto del ... bueno, tu sabes.
- Sexo.
- Si. Sólo he estado con una persona en mi vida.
- Ah... Tienes pareja.
- ¡No! Terminamos hace algunos días.
Siento que mi cara se enrojece, debo parecer un tomate. Juntos mis manos sudorosas bajo la mesa, y comienzo a jugar con mis dedos.
Él se desliza por la curvatura de la silla, hasta quedar a mi lado. Toma un costado de mi rostro, mientras la otra mano baja a mi cintura, y me besa. La mano en mi cintura viaja hasta el dobladillo del vestido. Se detiene, me mira, esperando mi aprobación. Yo asiento, y él reanuda su intrusión. Sube mi vestido hasta la cadera, revelando el precioso liguero.
Su boca se cierne sobre la mía, introduce su ávida lengua y me besa con pasión. Instintivamente, mi boca lo recibe. Siento una extraña sensación en la parte baja de mi vientre, una sensación de calor y humedad.
Él me toma da la cintura, sube sobre la mesa y se posa entre mis piernas y me saca el vestido. Estoy completamente expuesta a este desconocido que me mira mientras se relame el labio inferior, mientras recorre mi cuerpo cubierto de encaje con la mirada.
Me besa, y comienza a descender sus labios por mi cuello, mientras sus manos intentan desabrochar mi bralette. Al quitarlo, recorre con su lengua mis pezones, los chupa y mordisquea. Entre tanto, sus manos descienden hasta mi tanga, recorre mi vagina sobre la tela de arriba abajo, mientras siento como la humedad se acumula ahí.
Respiro cada vez con más trabajo, y algunos gemidos escapan de mi boca, cuando el corre mi ropa interior e introduce dos de sus dedos dentro de mí. Se agacha un poco, da unos lametones y comienza a jugar con i clítoris, a succionarlo. En conjunto con sus dedos dentro, siento una sensación extraña, mi vagina se contrae y una sensación de hormigueo apremiante se apodera de mí. Muerdo mi labio inferior para evitar hacer ruido, tiro mi cabeza hacia atrás y aprieto mis ojos. Él retira sus dedos y nuevamente me besa.
- Abre tu boca.
Al ver que acerca sus dedos, retiro mi rostro y meneo la cabeza.
- ¿Qué sucede?
- Están llenos de... bueno, de mí.
- ¿Nunca te has probado?
Mi cara de perplejidad me delata, y el rie bajo.
Lame sus dedos y me besa. Un sabor salado llega mi cuando él introduce su lengua.
- Sabes tan bien... Y tu cara de placer. Me encantas.
Se sienta en el sillón, desabrocha su pantalón y libera su turgente erección. De uno de los bolsillos de su chaqueta, saca un preservativo y me lo ofrece.
- Colócamelo.
Con manos temblorosas, desgarro el envoltorio y cuando intento colocárselo, me frena.
- No, así no. Hazlo con tu boca.
- Yo nunca lo he hecho, no sé cómo...
- Coloca la punta en tu boca y succiónalo... Eso es.
Acerca mi cabeza a la punta de su pene y lentamente lo introduce en mi boca.
- Deslízate... Eso. Ayúdate con tus manos.
Al terminar de colocarlo, él me toma de la cintura y me coloca sobre el. Me rasga la tanga y sin avisar, se introduce dentro de mí, me guía arriba y abajo, mientras me aposo sobre sus hombros e intento moverme, mientras el me besa y me penetra más profundamente.
Después de un rato, me sube a la mesa y coloca mis piernas sobre sus hombros, y se introduce aún más profundo dentro de mí con potentes embestidas. Nuevamente, siento que mis músculos se comienzan a contraer, y el acelera su ritmo, hasta que ambos alcanzamos el clímax.
Pasados unos minutos, se retira. Nos organizamos y el silencio se apodera del espacio. Miro el reloj de mi celular... Mierda. Son casi las 8 de la noche.
- ¿Qué sucede?
- La ultima ruta de bus ya pasó, tendré que pesar un taxi.
- No, uno de mis empelados te llevará. Vamos, acompáñame.
Escribe algo en su móvil, y nos retiramos del lugar, y a unos metros, nos topamos con el camarero que nos atendió. Mi cara se pone roja y agacho la mirada. ¿Nos habrá escuchado?, que vergüenza.
Salimos a las escaleras principales, y allí, se encuentra aparcada una Range Rover negra. Uno de sus empleados abre la puerta de la camioneta, y entramos en el asiento de atrás.
- Llévanos a donde la señorita le indique, y luego para el apartamento.
Después de darle la dirección, en pocos minutos estábamos frente a la puerta de mi edificio.
- La espero mañana temprano, Alessa.
Asiento, y salgo del auto, me encamino hacia mi apartamento, pensando en lo sucedido.
Me doy una ducha, me pongo unas bragas cómodas (y sí, también están rotas), mi gran camisa y me meto a la cama.
¿Cómo podré seguir trabajando con normalidad después de lo de hoy?
Suena mi celular. Lo tomo, y al desbloquearlo veo un mensaje de mi ex:
- ¿Podemos hablar, Al? Quiero volver, intentarlo de nuevo. Te prometo que nunca volverá a suceder.
Bloquear.
No necesito esta basura en mi vida.